Podemos definir la ansiedad como una reacción emocional que surge ante una amenaza como son las situaciones de alarma, ambiguas o de resultado incierto, y nos prepara para actuar ante ellas. Esta reacción la vivimos generalmente como una experiencia desagradable cuando nos ponemos en alerta ante la posibilidad de que ocurra algo negativo. Cuando anticipamos y pensamos en este posible resultado es cuando empezamos a alterarnos, a activarnos y a ponernos nerviosos. Así pues, podríamos decir que la ansiedad es una reacción adaptativa.
Ejemplo
Veamos un ejemplo. Sufrimos ansiedad cuando nos tenemos que enfrentar a una situación en la que está en juego nuestra imagen ante los demás. Esta reacción en principio es buena porque nos activa y nos ayuda a estar preparados para actuar, para obtener un resultado positivo. Sin embargo, hay ocasiones en las que de repente nos activamos sin saber por qué y nos asustamos ante nuestras propias reacciones, reacciones naturales que en absoluto son peligrosas para nuestra salud. Estos son algunos ejemplos que quizá podemos identificar:
– Podemos experimentar ansiedad cuando nos preocupa que otros se den cuenta de nuestro estado de nerviosismo.
– Porque nos preocupan las cosas que pensamos o sentimos cuando estamos nerviosos.
– Porque tenemos miedo de perder el control.
– Porque le damos una importancia exagerada a algunas respuestas fisiológicas como taquicardias, dificultades respiratorias, sudoración etc., lo cual dispara la ansiedad.
Cómo funciona la ansiedad
Si nos fijamos, cuando estamos nerviosos tenemos más pensamientos desagradables y negativos. Podemos considerar estos pensamientos como una manifestación de ansiedad que a su vez generan más ansiedad aún. Por eso se habla de que la ansiedad tiene un cierto carácter circular. Si repasamos nuestras preocupaciones, nos activamos más, si nos preocupa tener ansiedad, ésta aumentará.
Ya hemos comentado que cuando nos ponemos alerta nos activamos. Esta activación se produce a tres niveles: en nuestro cuerpo, en nuestra mente y en nuestra forma de actuar. Aunque habitualmente la activación se considera como un todo y es complicado discriminar entre cada uno de esos niveles, sí vamos a estudiarlos por separado.
Síntomas fisiológicos o somáticos
Cuando se activa nuestro cuerpo: Nuestro corazón late más deprisa, respiramos más rápido, se tensan nuestros músculos… Es como si nuestro cuerpo se preparara de repente para salir corriendo o para atacar. En este momento, nuestro organismo se acelera y proporciona más oxígeno, por eso se respira más profundamente, el corazón late más deprisa, con la sudoración tratamos de eliminar el calor corporal y se dilatan las pupilas para tener más discriminación visual.
Síntomas cognitivos
Al pensar más deprisa, anticipar riesgos y ponernos en el peor de los resultados posibles, cambia nuestro grado de atención, aumenta el grado de vigilancia, se agudizan nuestros sentidos y estamos más despiertos. Por eso un cierto grado de ansiedad es bueno para mejorar nuestra eficacia, porque nos hace estar más atentos. Un conferenciante no podría impartir un buen discurso nada más levantarse porque no ha tenido tiempo de activarse, de generar energía para hablar y para ordenar sus ideas. Lo mismo ocurre con los deportistas, necesitan activarse para movilizar sus recursos físicos y dar lo mejor de sí mismos.
Síntomas conductuales
Por eso, en un tercer nivel, hablamos de que tendemos a actuar de una manera más diligente, más rápida y enérgica. Cuando observamos a una persona que está activada notamos un cierto grado de inquietud, alarma y tensión.
Conclusión
Como resumen, y como hemos señalado anteriormente, la ansiedad, inicialmente, es una reacción útil para la supervivencia, al igual que lo son las demás reacciones emocionales. Tan solo en algunas ocasiones puede convertirse en un problema. Esto ocurrirá principalmente cuando la ansiedad se manifieste con una intensidad muy elevada, una alta frecuencia, o ante situaciones en las que no existe un peligro objetivo.